domingo, 11 de marzo de 2012

Un diálogo.

En concurrido café de una atestada y ruidosa ciudad, hallábamosnos mi querido interlocutor y yo.

-¿Tienes miedo a la muerte? -le pregunté.

-Por supuesto que sí, la vida es muy bella y debe ser horrible despedirse de ella... no quiero ni imaginarlo -me respondió muy convencido.

-Curiosa respuesta, pero muy poco sensata e inteligente -argumenté con aires de superioridad.

-Y tú, mi querido amigo, ¿qué opinas de ello? -añadió.

-Yo no he elegido nacer y seguro estoy de que nadie lo ha elegido, por ello tampoco me corresponde ni voy a ser yo quien va a elegir morir, pues considero que la vida o la muerte es obra de la naturaleza, que es sabia y como un sabio griego afirmó, no hace nada "en vano".

-Y cuando alguien decide suicidarse, ¿acaso no se está quitando la vida él mismo? -procedió a preguntarme con aspecto desorientado.

-Oh sí, los suicidios... bien he de decirte compañero que éstos quedan fuera de nuestro diálogo pues la persona que decide acabar con su propia vida no es miedo a la muerte de lo que goza, sino miedo a la propia vida, a una quiebra empresarial, a perder su trabajo, a una muerte ajena o a un sueño roto... Pues bien, son las propias cosas de la vida las que deben darnos furor, y no las de la muerte, pues como otro sabio poeta dijo "la muerte es algo que no hay que temer, porque mientras somos la muerte no es y, cuando la muerte es, nosotros no somos". Así pues, la muerte debe ser algo totalmente ajeno a nosotros, que sea obra y decisión exclusiva de la naturaleza.

-Muy bien amigo, razón llevas y mérito te he, que todos debiésemos pensar como usted -respondió convencido tras mi monólogo.

-Además -repliqué- observarás que la vida tiene mejor sabor si no tememos a la no existencia y dedicamos ese tiempo al pensamiento de otras cosas más productivas que conduzcan nuestros pasos, en vez de a esas pesquisas que no conducen a nada.

Acto seguido, marché a dar pago de nuestros cafés y concluyó nuestra ilustre conferencia.

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