sábado, 31 de diciembre de 2011

Atrapado.

Encontrábame yo andando por una silenciosa y estrecha calle. Las farolas proyectaban una tenue luz que a momentos parecía que iba a desaparecer por completo, dejándome inmerso en la oscuridad de la noche. Únicamente podían escucharse mis pasos y el sonido de unas gotas de agua que tendía, cíclicamente, a repetirse e inundar todo con un profundo y desesperante eco. De repente, un escalofrío de terror recorrió todo mi cuerpo y me hizo temblar, vibrar... no sé si de pánico o de soledad, pero solo entonces logré comprender que estaba experimentando la más horripilante de las sensaciones: el sentimiento de encontrarse con uno mismo.

Continué recorriendo las calles en penumbra hasta que empecé a escuchar unas tenues voces que me incitaban a hacerlo, que se repetían en lo más profundo de mi mente y que no era capaz de determinar si en verdad se dirigían hacia mí o si, por el contrario, eran producto de mi imaginación. No lo sé, el caso es que lo hice y, desde entonces, jamás he vuelto a ser aquella persona...

Esclavo de las voces, mis tenues y ligeros pasos me llevaron hasta una gran edificación que se encontraba en lo alto de una leve colina. Nunca olvidaré aquella funesta imagen que me describía una casa de tres pisos de altura, un par de árboles desnudos por la crudeza del otoño y un pequeño estanque justo delante de la edificación en el que pude ver reflejada la desnudez de la anaranjada luna llena que asomaba por encima de la casa, así como toda la estructura de la edificación. En ese momento vi algo que despertó mi adormilada atención: las chimeneas de la casa estaban echando humo y, en el tercer piso, pude comprobar que se hallaba una luz encendida y que, justo delante de ella, alguien o algo me observaba desde la ventana.

Sin pensarlo dos veces, salí corriendo hacia el interior de la lúgubre edificación obedeciendo a mis voces interiores que me incitaban a perseguir y dar caza a tal ente que se encontraba observando...
Llegué hasta la puerta que daba entrada al mundo del terror, una estructura de madera dos veces superior a mi talla que, como si esperándome estuviese, se encontraba abierta. Con un leve empujón y, dejando atrás el oxidado rechinar de sus bisagras, entré en su interior. Dentro todo parecía llevar siglos abandonado, dos dedos de polvo cubrían todo el mobiliario que lucía a una época pasada y anticuada, unos muebles propios de hace cien o doscientos años.

Dejando atrás el recibidor, un arco me daba la bienvenida. Continué avanzando por la casa, dejando tras mi paso extraños objetos: tarros con extrañas cabezas, manos y dedos en formol, así como bisturís, tijeras, camillas... que contribuían a aumentar mi sentimiento de pánico y hacían pensar en el extraño fin al que fue dedicado tal refugio entre las sombras.

Finalmente, llegué hasta las escaleras, las cuales me dispuse a subir y avanzar en mi camino hasta llegar a la habitación que dejaba entrever un pequeño halo de luz por debajo de la puerta, la cual abrí y, con inmenso asombro, lo vi allí, sentado y esperándome. Me di cuenta, en ese momento, de que aquella persona era yo mismo... Guiado por el hechizo de mis voces, cogí un cuchillo y se lo lancé al cuello. Instantáneamente murió, desplomándose del sillón en el que se encontraba e inundando la habitación con un gran charco de sangre que, poco a poco, fue coagulándose y quedando fría. La ansiedad y el sentimiento de culpa comenzaron a apoderarse de mí y, después de unos escasos segundos, me desmayé y caí al suelo. 

 Fue en ese momento cuando desperté de mi pesadilla y me vi sentado, en el sofá de mi biblioteca, en la tercera planta de mi hogar, esperando al siguiente entrometido que se dispusiese a darme caza dentro de mi propia casa.

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