sábado, 7 de enero de 2012

Fuego: cuidado que quema.

Crecía el dolor. Poco a poco aquella sensación espeluznante que erizaba todo el vello de mi cuerpo me hizo enloquecer hasta tal punto que dejé de ser persona para transformarme en una bestia animal. Mi único propósito era hacer parar ese dolor que hacía arder mis entrañas. No me importaba lo que tuviese que afrontar para vencerlo, aunque ello superase los límites de lo tremendamente humano y racional...

Sin pensarlo dos veces me atreví a contemplarme al espejo... ¡Tremenda criatura desconocida por mi psique! ¿Qué era aquel ente demoniaco que tenía frente a mis ojos? ¿Podía ser capaz de haber olvidado la causa que me había transformado en aquello? No me contenté con ello... ¡no! Un sonido gutural salió de mis cuerdas vocales, un sonido que sonaba tal como lo emitiría el oso que se encuentra amenazado y que hizo estremecer toda la estructura de la casa e, incluso, a mí mismo.
Con lo que me pareció ser un leve empujón, traté de abrir la puerta de la calle y, ¿cuál fue mi sorpresa entonces? Mi fuerza se había visto intensificada como un poderoso animal, y la puerta salió despedida con tal violencia, que rompió la ventanilla de un taxi que circulaba por la misma puerta de mi domicilio y cortó, con la precisión de un corte transversal en una muestra de laboratorio, de un tajo completamente limpio, la cabeza del conductor del vehículo, que quedó tirada en el suelo observándome con tal expresión de horror en sus ojos que todavía me hizo enloquecer aún más.

¡Dios Todopoderoso! ¿Qué demonios me estaba ocurriendo? ¿Qué había sido del bueno de Bryan, aquel minucioso trabajador de la compañía ferroviaria de Nueva Inglaterra? Definitivamente, no pude identificarme conmigo mismo, nunca jamás pude hacerlo.

Traté de hallar respuesta en mis sueños. Confíé en que descansando un rato, se me pasaría todo aquello. Así pues, volví a entrar en casa y me eché sobre la destartalada cama, que seguía sin hacer desde esa misma mañana, desde la última vez que, podría decirse, había sido humano.

Mi sueño únicamente logró aumentar el sentimiento de horror. Cuando por fin pude conciliarlo, extrañas figuras y formas, que nunca antes había presenciado, acudieron a mi encuentro. ¿Qué escalofriante desafío estaba tendiéndome mi psique? Era un esclavo de mi cerebro, de mi imaginación, de mi consciencia y, quizá... de mi subconsciencia. Como decía, extrañas visiones, procedentes del mismísimo infierno se daban cita en mi mente en aquel momento. Un mar de llamas y criaturas con los rasgos totalmente distorsionados salían a mi encuentro, un poderoso séquito de siervos del mal me hostigaba y, con voces venidas de ultratumba, reían de mi desafortunada suerte. 

Entre gritos desperté de aquella macabra pesadilla. Sentí el sudor enfriándose sobre mi pecho, esa sensación mezcla de frío y de calor que nos impide volver a conciliar el sueño. Pensé que sería mejor cambiarme de ropa antes de caer enfermo y, cuando me levanté de la cama, volví a sentir de nuevo aquel dolor y desconocimiento que me invadieron antes de dormir. Pasé por el espejo y, de la misma manera que acaeciera la vez anterior, volví a contemplarme como un extraño dentro de mí mismo.

Un poco más despejado, tuve una escasa tregua en mi sufrimiento que me resultó suficiente para meditar y reflexionar por unos minutos sobre mi situación. Conocedor de los trabajos de Freud acerca del subconsciente humano y del mecanismo de defensa con constituye nuestro sueño frente a los estímulos externos que tratan de alterarlo, supe que había algo que se estaba manifestando y que no podía ver o sentir, pero, por pura intuición, supe que cada vez estaba más cerca de mí.

En ese mismo momento sentí su cálido aliento sobre mi nuca, me di la vuelta y le ví allí, inmenso y fijo, observándome. Nunca debí haber jugado con fuego, nunca debí haber hecho caso a aquellos amigos, si se los podía llamar así, que me hicieron participar en una de sus cotidianas sesiones de "ouija" que llevaban a cabo todos los jueves por la noche, en la casa abandonada de la abuela de Peter. Aquel misterioso juego acababa de popularizarse. Estábamos a principios del siglo XX y ninguno creía que pudiese causar males mayores. Todos pensábamos que simplemente jugaba con lo más profundo de nuestra mente y era capaz de aflorarlo a nuestra consciencia. Nunca debí haber caído en semejante trampa. Ya era demasiado tarde.

Sus palabras sonaron oscuras y cálidas a la vez, venidas del mismísimo infierno. Me dijo que venía a recuperar lo que era suyo y, con la mismísima rapidez de la luz, aquella criatura se adueñó de mí.

En aquel mismo instante desaparecí de mi habitación para nunca más regresar. Todo quedó intacto, tal cual lo había dejado, la cama sin hacer, la puerta de la calle tendida sobre el asfalto y las ventanas abiertas de par en par mientras yo me encontraba ya viajando. Acababa de comenzar el camino hacia el lugar en el que la oscuridad puede confundirse con la luz, y el mal con el bien, pues no existen. Sólo horror, sufrimiento y dolor. Había llegado. Estaba en el mismísimo Infierno.

martes, 3 de enero de 2012

Un sentimiento.


Era agradable sentir que se cumplían mis objetivos. Ya por aquel entonces mi ser experimentaba un completo sentimiento de felicidad: sabía que cada paso que daba me aproximaba cada vez más hacia mis metas, mis últimos y completos objetivos. Todos los días me despertaba con la profunda ilusión que te hace dar un leve suspiro tras abrir los párpados por primera vez.

Esta sensación se prolongó durante años hasta que, sin saber cómo ni por qué, me sumergí en un profundo letargo emocional. Había desaparecido la chispa de mi vida, o eso creía. Todos decían que había cambiado y yo, cual enfermo metal que se muestra ignorante y desconoce su mal, me dedicaba a negar rotundamente, a decir que no a sus ofensas hasta el punto de enloquecer.

Ahora sé que me equivocaba, que en aquellos ásperos momentos me estaba dejando guiar por mi corazón y no por mi intelecto. Puedo ser capaz de mirar hacia el futuro y orientar mis actos del presente para alcanzar mis objetivos. He comprendido que el tiempo es un papel en blanco que se nos presta voluntarioso bajo efecto de que escribamos sobre él las circunstancias que se ofrezcan a nuestro libre deseo.

Soy capaz de levantar la cabeza con orgullo al cielo y afirmar,  con la seguridad de la existencia misma, que son nuestros sueños los que nos ayudan a vivir la vida y tratar de alcanzar nuestros objetivos sin mirar hacia atrás, que no se puede seguir viviendo sin ellos y que la vida es sueño y, los sueños, sueños son.