martes, 12 de febrero de 2013

Un hecho fortuito.

Eran las cinco y media de la tarde. El sol de noviembre hacía un amago por desaparecer y sumir a los mortales en plena oscuridad. Antes de que la negrura inundase las calles, un mar de luciérnagas se encendió entre dos hileras de piernas y cabezas. Como cualquier otro día, acababa de terminar mi consulta y volvía a casa por el camino más largo posible. Me aterraba la soledad, las largas horas muertas en mi domicilio sin nada que hacer, esclavo de mis pensamientos y pasiones insatisfechas. Paré en el quiosco de la esquina de la calle Prim con la avenida del Primero de Mayo.

-Buenos días José, ¿qué se hace en una fría tarde como la de hoy?

Era mi fórmula diaria, la manera de dirigirme a aquellas personas que, como el resto de los seres, me eran indiferentes y hasta desagradables, en un intento por parecer cordial.

-Hola señor Montálvez, aquí me tiene, como de costumbre, soportando la intemperie por unas monedas para sacar adelante a esas cuatro cabezas glotonas que esperan cada noche en casa -respondió el tendero-.

-Ya sabe, deme un ejemplar de La voz del pueblo. A ver qué dicen los titulares.

-Eso está hecho compadre. Tome, aquí tiene.

Casi como un autómata, dejé la moneda de veinticinco pesetas sobre el mostrador y me encomendé al lugar del que me había desviado, como una hormiga que se une a la larga fila de compañeras ante la señal de restos de comida. Desdoblé el periódico y leí la cabecera, que oraba:

"Diez de noviembre del año mil novecientos diecinueve. Los obreros de la ciudad de Barcelona convocan una nueva huelga reivindicando una mejora de los salarios y de su capacidad adquisitiva. Se esperan acciones revolucionarias. Mes y año de los presentes".

Mi psique entonces me devolvió al lugar en el que me hallaba. Todos los transeúntes eran esas gentes, pobres almas alienadas que daban su vida al patrono por una miseria que apenas les permitía comprar una barra de pan.

Sin hacer más caso e inmerso en mis pensamientos continué caminando, cada vez más próximo a mi hogar y a una jornada de desesperación. Era médico, devoto completamente a mi ejercicio, sin más fin en la vida que dar vida a los demás o preservar la que ya tenían. Mi trabajo absorbía todas mis aspiraciones, y me consideraba un hombre sin más objeto ni misión que servir a los demás. Cuando no trabajaba no sabía lo que hacer y a menudo buscaba excusas que me impidiesen pensar y hacerme consciente de mi soledad. Nunca había creído en el amor, lo consideraba una de esas cosas de locos y poetas que no tienen mejor cosa a la que dar labor en sus apestosas vidas e inventan excusas para darles un sentido; precisamente aquello que yo hacía para evitar encontrarme con ese sentimiento, tan temido, pero a la vez tan sumamente esperado.

Quedaban tres calles, luego dos, luego una única esquina... Por fin atisbaba mi morada allá al final de la calle Libertad, tan oscura, fría y yerma como de costumbre. Pero a medida que me acercaba, una silueta en las sombras comenzaba a manifestarse. ¡Qué asombro! ¡Qué estupefacción! ¿Qué haría alguien esperando en mi puerta? ¡Pero si era una mujer! Una joven morena, envuelta en harapos que temblaba de frío y parecía encontrarse al mismo borde del abismo.

-¿Qué hace usted aquí, señorita?

-Oh, siento molestarle en estos momentos, señor, pero me han dicho que es usted un gran médico con un alma al servicio de los pobres y necesitados y verá... mi marido está a punto de fallecer y tengo dos hijos a los que me es imposible alimentar. Sólo el trabaja, pues a mí me consideran improductiva en toda industria. Dicen que mi sitio está en casa, cuidando de la prole. Mi marido es el que trabaja, pero desde hace un mes se encuentra grave, sufre una neumonía, sin duda causada por ese humo negro que le hacen respirar continuamente. He agotado todos los recursos, y ya sólo me quedaba recurrir a usted.

La verdad es que no solía acceder a esa clase de servicios, y mucho menos con gente de esa calaña. Me consideraba superior a los demás, no tenía ningún reparo en admitirlo, y no quería ni imaginar el impacto que eso podría tener en mi carrera. Pero esta chica tenía algo especial. Además de contar con una belleza increíble, su gesto y postura tenía un elemento que me atraía en gran medida y me hacía sentir identificado. Así que sucumbí y accedí a sus peticiones.

Inmediatamente tras dejar en casa mi maletín y útiles diarios, salí a la calle donde me esperaba y me condujo hasta su hogar, que no distaba demasiado. Nada más llegar nos dieron la terrible y esperada noticia: su marido acababa de fallecer.

Un mar de lágrimas negras brotó de su sucia cara y su segunda reacción fue abrazarme. No entendía lo que pasaba, por un momento deseaba desaparecer de ese lugar y no haber introducido en mi vida a esa señora ante la que ahora no tenía más remedio que hacer algo. Paradojicamente y contraria a mi intención, un deseo interno me aproximaba a ella. Moría de ganas por abrazarla, besarla y fundirme con su persona en un éxtasis de pasión y surrealismo. Si no lo hacía era por mantener la compostura, claro está.

-¿Qué va a ser de mí ahora?-fue su retórica pregunta-. No tengo nada ni nadie que me ayude y se haga cargo de mí y de estas criaturas. Tan pronto como pase una semana, terminaremos todos haciendo compañía a papá bajo las flores, alimentadas por su pútrida materia.

-No se preocupe, puede usted venir a casa. Le daré un hogar y alimento. No haga preguntas y no salga de allí. No quiero que nadie lo sepa, al menos por el momento.

Así pues, sin mas dilación marchamos a casa, donde se instaló indefinidamente. Yo trabajaba mi jornada diaria y les mantenía. Logré que aceptasen a sus niños de 4 y 6 años en la escuela, a pesar de su baja ascendencia social, a través de mis buenas amistades. Ella a cambio trabajaba la casa y se limitaba a existir, con eso me bastaba, pues de algún modo comenzaba a llenar un rincón de mi alma que creía oculto. Cada vez era más consciente de lo mucho que la quería, pero de alguna manera mi ser racional se negaba a admitirlo. ¿Una persona como yo con alguien como ella? ¿Cómo iba a ser posible? Antes morir en la amargura que rendirme a esa terrible naturaleza humana.

Los días fueron pasando, y la lucha que en mi fuero interno se yacía era cada vez más intensa. Mi ello contra mi superyó, mis sentimientos contra mi razón y convencionalismo social. De alguna manera terminé sucumbiendo y esa misma noche, cuando los niños dormían, experimenté la más agradable de las sensaciones. La dulzura del amor, la impresión de la pasión. Cosas que creía jamás existir se desvelaron. Se abrió una puerta que estaba cerrada con candado y llave. Mi vida estaba cambiando, era increíble y jamás podría permitirme perderlo. ¡Cuánto me arrepentía de no haber hecho nada por descubrir aquello con anterioridad! La cuestión era que cuando estaba con ella sentía algo familiar, algo que me hacía volver a otros momentos de mi vida. Pero me era desconocido, no sabía qué podría haber en mi interior que aflorase de aquella manera cada vez que nuestras miradas se intercambiaban...

Una noche mientras cenábamos, se iluminó mi mente y la puerta se abrió. Un recuerdo conocido se adueñó de mi consciente: ella era aquella chica con la que fantaseaba cuando era niño. Cuando mis padres me abandonaron tras su muerte en el atentado del Liceo. No tenía a nadie, no me sentía querido por nadie. Lo único con lo que contaba era el servicio de mis tíos, que me prestaban el apoyo económico que necesitaba pero, pobres ignorantes, ajenos a todo sentimiento que se encarnaba en mi ser. Así pues, no tenía más remedio que imaginar una persona que me consolase y me diese su cariño y amor. Claro está que no existía, era un mero producto de mi imaginación. Ahora estaba delante de mí. ¿Cómo era posible? ¿Destino o azar? Jamás lo sabría. El hecho es que mi deseo se había cumplido, y ella estaba junto a mí.

En ese momento todo cobró sentido y me hice vivo, feliz y realizado. Lo que tenía que pasar había pasado. Eso era todo. Eso era suficiente. No necesitaba nada más para vivir, era lo que quería, y lo tenía junto a mí.

Por ello mismo pensé declarar nuestro amor en sociedad, dejando atrás ataduras y prejuicios, por mero respeto a mi niñez y a todo lo que había sido. Nos casamos al año siguiente. Ella ya no era la chica pobre que había encontrado. Era la señora de un prestigioso doctor de Barcelona y como tal, llevó la vida que le correspondía y la elevé a tal posición. Fueron los años más felices de mi vida. Tuvimos otro hijo más.

Sin embargo, treinta años después es cuando escribo estas líneas. Ella falleció ayer. Un tranvía la arrolló justo cuando despistada cruzaba la vía. Alguien la había llamado, se volvió, y no vio venir al armatoste de hierro. Le hemos dado el adiós definitivo esta mañana. Ella y mis niños, nadie más.

Ahora reflexiono sobre el amor y todo aquello que ella supuso para mí. Me hizo creer en el azar y las casualidades. Pero a la vez en el destino. Que nos hubiésemos encontrado había sido meramente casual. Pero que aquella persona que había imaginado fuese de verdad no tenía más remedio que ser el destino mismo. A menudo construimos nuestros sueños sobre pilares inestables y desconocidos. Sin embargo muchos terminan por cumplirse aunque no sepamos muy bien por qué. Creo que merece la pena luchar y esforzarse por aquello que amas y deseas con todo tu corazón y quién sabe si al final, cuando menos te lo esperas, te esté esperando en la puerta de tu casa sin más motivo que el único de existir.